En la gran sabana, donde el sol dorado iluminaba los charcos y los árboles gigantes, vivía una hipopótamo llamada Lulú. A simple vista, parecía una hipopótamo como cualquier otra: grande, con piel gruesa y una enorme sonrisa. Pero Lulú tenía un sueño que la hacía diferente a todos los demás hipopótamos de su manada: quería ser bailarina.
Cada mañana, mientras los demás hipopótamos dormían en el barro, Lulú se paraba en la orilla del río y giraba sobre sus patas. Imaginaba que estaba en un gran escenario, con luces brillantes y una audiencia aplaudiendo su danza. Levantaba sus patas, giraba con gracia (aunque a veces terminaba cayendo de barriga), y movía su enorme cuerpo con alegría.
—¡Lulú, los hipopótamos no bailan! —se burlaban algunos animales.
—¡Eres demasiado grande y pesada para eso! —decían los monos desde los árboles.
—Mejor quédate en el agua, es lo único en lo que somos buenos —decía un viejo hipopótamo.
Pero Lulú no se desanimaba. Cada noche, cuando el cielo se llenaba de estrellas, seguía practicando sus movimientos en secreto.
Un día, la selva se llenó de emoción porque se iba a celebrar el Gran Festival de la Sabana. Todos los animales podían mostrar sus talentos: los loros cantarían, los guepardos harían carreras, los elefantes tocarían la trompeta con sus trompas… ¡y Lulú quería bailar!
—Voy a participar en el festival —dijo con determinación.
Los otros hipopótamos abrieron los ojos con sorpresa.
—Pero, Lulú, nadie ha visto un hipopótamo bailar… —dijo su mamá preocupada.
—¡Entonces seré la primera! —respondió Lulú con una gran sonrisa.
Durante días, ensayó sin descanso. Practicó giros, saltos y hasta una pequeña reverencia. Pero justo una noche antes del festival, mientras practicaba un gran giro… ¡PUM! Resbaló y cayó de espaldas en el barro.
—Tal vez todos tenían razón —susurró triste—. Tal vez los hipopótamos no estamos hechos para bailar…
Lulú casi renuncia, pero en ese momento vio su reflejo en el agua del río. Se dio cuenta de que no quería rendirse. Su corazón latía con fuerza porque bailar la hacía feliz.
Así que, con más ganas que nunca, se sacudió el barro y practicó una última vez antes de dormir.
Al día siguiente, el festival estaba lleno de animales emocionados. Todos mostraban sus talentos y el público aplaudía con entusiasmo.
Cuando llegó el turno de Lulú, un silencio llenó la sabana. ¿Un hipopótamo bailarina?
Entonces, la música comenzó a sonar.
Lulú cerró los ojos, respiró profundo y dejó que su corazón guiara sus movimientos. Giró con gracia, movió sus patas con elegancia y hasta hizo un pequeño salto. No era ligera como una gacela ni rápida como un mono, pero era hermosa siendo ella misma.
Al final, se inclinó con una gran sonrisa… y la sabana entera estalló en aplausos.
—¡Maravilloso! —gritó el león.
—¡Nunca vi algo tan bello! —dijeron las jirafas.
—¡Lulú, eres increíble! —gritaron los hipopótamos con orgullo.
Desde ese día, Lulú se convirtió en la primera hipopótamo bailarina de la historia. Y cada vez que alguien dudaba de sus sueños, ella sonreía y decía:
—Si algo te hace feliz, no importa lo que digan los demás… ¡sigue bailando!
Moraleja:
Nunca dejes que los demás te digan que no puedes cumplir tus sueños. Si algo te hace feliz, sigue intentándolo con el corazón. ¡Lo imposible solo es imposible hasta que alguien lo hace realidad!
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