En un pequeño pueblo, bajo un cielo lleno de estrellas, vivía Valentina, una niña con una chispa de rebeldía en sus ojos brillantes. Todas las noches, Valentina y su gato Mochi se asomaban a la ventana para observar el cielo.
Un día, las estrellas, que siempre estaban atentas, decidieron jugarle una travesura a Valentina. Bajaron una escalera brillante hasta su habitación.
—¡Ven, Valentina! —llamaron las estrellas en voz baja.
Con ojos curiosos, Valentina siguió las estrellas hacia el cielo. Allí, las estrellas le enseñaron a pintar constelaciones, a saltar entre nubes y a hablar con los vientos.
—¡Oh, qué maravilla! —exclamó Valentina.
Pero las estrellas sabían que Valentina tenía que volver a su cama. Con tristeza, la llevaron de regreso, pero antes de partir, le otorgaron un regalo: el coraje para ser siempre ella misma.
De vuelta en su habitación, Valentina sonrió y cerró los ojos. Sabía que no importaba cuán traviesas fueran las estrellas, siempre estarían allí para guiarla.
Y así, cada noche, Valentina y Mochi compartían aventuras con las estrellas traviesas. Y Valentina, con su chispa de rebeldía, recordaba que el mundo era un lugar lleno de magia y posibilidades, y que siempre podía brillar con luz propia.
¡Buenas noches, Valentina! ¡Buenas noches, estrellas traviesas!