Había una vez un limón amarillo y brillante que colgaba de un árbol en un jardín soleado. Un día, una fuerte ráfaga de viento sopló, y el limón cayó al suelo. Rodó y rodó, hasta que llegó a un charco de agua.
Primero, el limón se quedó allí, disfrutando del frescor del charco. Sin embargo, una rana curiosa lo vio y decidió saltar sobre él. Con el impacto, el limón rodó nuevamente y llegó a un campo de flores. Aquí, las abejas volaban de flor en flor, recogiendo néctar. Ellas miraron al limón con interés, pero pronto volvieron a su trabajo, y el limón siguió rodando.
Después, el limón llegó a un camino polvoriento. En el camino, un conejo que estaba buscando zanahorias encontró al limón. El conejo, al no saber qué hacer con un limón, lo empujó con su nariz. Así, el limón continuó su viaje, ahora rodando hacia un pequeño arroyo.
Entonces, el limón se detuvo junto al arroyo, donde un pez curioso lo observó desde el agua. Aunque el pez no podía ayudar al limón a cruzar el arroyo, su presencia hizo que el limón se sintiera acompañado por un momento. Finalmente, una brisa suave sopló y el limón rodó nuevamente.
Finalmente, el limón llegó a un huerto lleno de diferentes frutas y verduras. Aquí, una niña lo encontró y lo recogió con cuidado. Llevó el limón a su casa y lo colocó en un frutero, junto con otras frutas.
A partir de ese día, el limón se sintió feliz de haber vivido tantas aventuras y de haber encontrado un hogar donde descansar. Y así, el limón brilló aún más, recordando todos los lugares y amigos que había conocido en su viaje.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.