En lo más profundo de un bosque de bambú, donde el sol jugaba a esconderse entre las hojas y el viento susurraba dulces melodías, vivía un pequeño panda llamado Bao. Bao era un panda curioso y juguetón, pero había algo que le preocupaba: aún no podía trepar a los árboles como los pandas más grandes.

Todos los días, Bao intentaba subir por los troncos altos y gruesos, pero sus patitas resbalaban y terminaba rodando hasta el suelo. Sus amigos, los monos y los loros, le decían:

—No te preocupes, Bao. Pronto crecerás y podrás trepar como todos los pandas.

Pero Bao no quería esperar. Quía maravillado viendo a su mamá y a su papá trepar con facilidad, abrazando las ramas con sus fuertes patas. Él quería hacer lo mismo, pero su cuerpecito aún no era lo suficientemente fuerte.

Un día, Bao decidió intentarlo una vez más. Respiró hondo, se aferró al tronco de un árbol y comenzó a escalar. Subió un poquito más alto que antes, pero de pronto, sus patas resbalaron y ¡pum! Cayó sobre un suave montón de hojas secas.

Bao suspiró, sintiéndose frustrado.

—Nunca podré trepar… —murmuró con tristeza.

Fue entonces cuando su mamá se acercó y lo abrazó con ternura.

—Bao, no necesitas hacer todo de inmediato. Cada panda tiene su propio tiempo para aprender. Lo importante es nunca rendirse y seguir intentándolo.

Bao escuchó atento y decidió seguir practicando todos los días. Aunque algunas veces caía, también se daba cuenta de que cada intento lo hacía un poco más fuerte. Un día, cuando menos lo esperaba, trepó más alto que nunca y logró alcanzar una rama.

—¡Lo lograste, Bao! —gritaron sus amigos emocionados.

Bao miró hacia abajo y sonrió. Se dio cuenta de que el secreto no era subir rápido ni ser el más fuerte, sino tener paciencia y nunca darse por vencido.

Desde ese día, Bao siguió practicando con alegría, sabiendo que todo llega a su debido tiempo.

Con el paso de los días, Bao no solo se convirtió en un experto trepador, sino que también ayudó a otros pandas más pequeños a aprender. Con paciencia y cariño, les mostró cómo aferrarse a los troncos y confiar en sus propias fuerzas.

Una tarde, mientras el sol pintaba el cielo de colores anaranjados, Bao se subió a la rama más alta y miró todo el bosque con orgullo. Había aprendido que cada esfuerzo valía la pena y que, aunque a veces el camino parecía difícil, siempre había una recompensa al final.

Si te gusto este cuento sobre El Pequeño Panda y quieres leer mas historias para niños, te invitamos a ver todos nuestros cuentos para dormir. Tus hijos aprenderán las mejores lecciones infantiles en nuestro blog.

Shares: