Érase una vez un rey que tenía doce hijas, todas princesas. Cada noche, inexplicablemente, sus zapatos de baile quedaban completamente desgastados. Preocupado, el rey prometió una gran recompensa a quien pudiera descubrir el misterio. Muchos príncipes intentaron resolver el enigma, pero sin éxito. Entonces, un soldado valiente decidió probar suerte.

Un día, el soldado encontró a una anciana en el camino. Ella, amablemente, le entregó un manto mágico que le haría invisible. A la noche siguiente, el soldado utilizó el manto y siguió a las princesas en silencio. Para su sorpresa, las princesas bajaron por una escalera secreta debajo de su cama. Él las siguió y, al llegar al final, encontraron un mundo subterráneo lleno de maravillas.

Las princesas, después de caminar un poco, llegaron a un hermoso lago donde doce príncipes las esperaban en barcas doradas. Juntos cruzaron el lago hacia un castillo magnífico. Allí, las princesas bailaron alegremente toda la noche. El soldado, invisible, observó todo con atención.

A medida que el sol comenzaba a salir, las princesas regresaron al palacio, sin sospechar que habían sido descubiertas. Al día siguiente, el soldado reveló el secreto al rey. Entonces, el rey, muy agradecido, cumplió su promesa. El soldado se casó con la princesa mayor y se convirtió en el futuro rey.

El misterio de las princesas bailadoras quedó resuelto y, a partir de entonces, las princesas dejaron de bajar al mundo subterráneo. Finalmente, todos vivieron felices y en paz. Así, gracias al valor y la astucia del soldado, el reino recuperó su tranquilidad y las princesas ya no necesitaron más zapatos nuevos cada mañana.

Y así, el enigma de las doce princesas bailarinas se convirtió en una leyenda para recordar siempre.