Hace muchos, muchos años, en un bosque mágico llamado Sherwood, vivía un valiente arquero llamado Robin Hood. Él no era como los demás. Robin Hood se vestía de verde, era muy rápido y siempre ayudaba a los que más lo necesitaban.

Robin vivía con sus amigos en el bosque. Estaban Pequeño Juan, un hombre grandote y fuerte; Fray Tuck, un monje divertido que amaba comer pasteles; y Lady Marian, una dama valiente e inteligente. Juntos formaban una gran familia.

En esa época, el Rey Ricardo estaba lejos, y su hermano, el malvado Príncipe Juan, gobernaba con crueldad. Junto con el Sheriff de Nottingham, cobraban muchos impuestos a los campesinos y se quedaban con su oro. ¡Los pobres apenas tenían pan para comer!

Robin Hood no podía permitirlo. Así que ideó un plan: robar el oro del príncipe y devolvérselo a los aldeanos. Pero Robin no robaba por maldad. Lo hacía para que todos pudieran vivir mejor y en paz.

Una tarde, Robin escuchó que el Príncipe Juan daría un gran banquete en el castillo, donde mostraría todo el oro que había quitado. Entonces, Robin reunió a sus amigos y dijo:

—Esta es nuestra oportunidad. ¡Vamos a recuperar ese oro para el pueblo!

Esa noche, bajo la luz de la luna, Robin y sus amigos se disfrazaron de músicos. Llevaron tambores, flautas y un laúd. El castillo estaba lleno de comida, música y risas falsas. Nadie reconoció a Robin con su sombrero de plumas y su gran sonrisa.

Mientras Fray Tuck hacía trucos con pastelillos, Pequeño Juan bailaba con una armadura, y Marian distraía al Sheriff, Robin se escabulló al salón del tesoro. Con su arco y flechas, ató bolsas de oro y las lanzó por la ventana, donde esperaban los aldeanos con sacos grandes.

En pocos minutos, el tesoro desapareció del castillo. Cuando el Príncipe Juan se dio cuenta, ya era tarde. Solo encontró una nota que decía:

«El oro debe ser para todos. —Robin Hood»

Furioso, el príncipe gritó:

—¡Atrapen a Robin Hood!

Pero Robin ya estaba lejos, corriendo entre los árboles con sus amigos, riendo y cantando.

Al día siguiente, en la aldea, los campesinos encontraron pan, ropa nueva y monedas de oro. Bailaron, cantaron y dieron las gracias mirando al bosque.

Desde lo alto de un árbol, Robin Hood los observaba con una sonrisa.

—Mientras haya injusticia, yo estaré aquí —dijo, y desapareció entre las ramas verdes.

Y así, el valiente Robin Hood siguió ayudando a los más necesitados, convirtiéndose en un héroe del bosque y en el corazón de todos los niños que creen en la justicia y la bondad.

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