Cuento de Pedro y el lobo

En una tranquila aldea, vivía un niño llamado Pedro. Su tarea diaria era cuidar las ovejas del pueblo, un trabajo que realizaba con entusiasmo pero que a menudo se volvía aburrido. Para animar sus días, a Pedro se le ocurrió una travesura: gritar “¡Lobo, lobo!” desde el campo, solo para ver cómo los aldeanos acudían corriendo en su ayuda. Una y otra vez, repetía la broma, riendo mientras veía la confusión y la prisa de los aldeanos.

Sin embargo, la diversión pronto se convirtió en peligro cuando un día un lobo de verdad apareció entre las ovejas. Con el miedo corriendo por sus venas, Pedro gritó desesperadamente por ayuda, pero esta vez los aldeanos, recordando las bromas anteriores, no acudieron a socorrerlo. El lobo se abalanzó sobre el rebaño, devorando algunas ovejas antes de desaparecer entre los árboles.

Pedro, humillado y arrepentido, aprendió una lección valiosa: la importancia de la sinceridad y la responsabilidad. Sus engaños le habían costado la confianza de su comunidad y, lo que es peor, habían puesto en peligro a las ovejas que estaba destinado a proteger. Desde ese día en adelante, Pedro cuidó diligentemente del rebaño, prometiendo nunca más jugar con la seguridad y el bienestar de los demás.

Los aldeanos, aunque aún desconfiaban un poco de Pedro, reconocieron su cambio de actitud y le ofrecieron su perdón. Juntos, trabajaron para reconstruir el corral y proteger al rebaño de futuros peligros. Y aunque las bromas de Pedro quedaron en el pasado, la historia de “Pedro y el lobo” perduró como un recordatorio atemporal de la importancia de la honestidad y la responsabilidad en nuestras acciones.