En lo más profundo del bosque, donde la luz apenas se filtraba entre las hojas, vivía una zorra astuta y un cuervo soberbio. La zorra, con su ingenio, siempre buscaba una forma de engañar al cuervo.
Un día, el cuervo encontró un queso delicioso y decidió llevarlo a su nido para disfrutarlo en privado. La zorra, observadora como siempre, lo vio y rápidamente ideó un plan para apoderarse del queso.
“¡Cuervo amigo!” llamó la zorra con una sonrisa astuta en su rostro. “¡Qué hermoso canto tienes! Seguramente eres el pájaro más talentoso de todos”.
Halagado por los elogios, el cuervo se sintió inflado de orgullo y no pudo resistir la tentación de demostrar su habilidad. Entonces, con su pico levantó la cabeza y lanzó un canto melódico al cielo.
Mientras el cuervo cantaba, la zorra hábilmente trepó al árbol y, con un rápido movimiento, tomó el queso y se lo llevó a su madriguera.
Al terminar su canción, el cuervo se dio cuenta de que había sido engañado. En lugar de recibir elogios, solo obtuvo la risa burlona de la zorra desde abajo.
Enfadado consigo mismo por su arrogancia y descuido, el cuervo comprendió la lección que le había enseñado la astuta zorra: no debía dejarse llevar por los halagos y mantener siempre la guardia alta.
Desde ese día, el cuervo aprendió a ser más cauto y a no confiar ciegamente en las palabras halagadoras de los demás. Mientras tanto, la zorra se regocijaba con su astucia y el delicioso queso que ahora era suyo, saboreando la victoria de su ingenio sobre la vanidad del cuervo.