Había una vez en un bosque encantado, una bruja muy especial llamada Piruja. A diferencia de otras brujas malvadas, Piruja era amable y simpática. Le gustaba pasear por el bosque, recoger hierbas y raíces para hacer pociones mágicas.

Un día, mientras caminaba por el bosque, la bruja piruja encontró a un grupo de niños que estaban perdidos. Los niños estaban asustados y tristes porque no sabían cómo volver a casa. Piruja se acercó a ellos y les preguntó qué les había pasado. Los niños le contaron que se habían separado de su grupo durante una excursión y que no sabían cómo volver.

Piruja les ofreció su ayuda y les dijo que ella conocía muy bien el bosque. Los niños aceptaron agradecidos y siguieron a Piruja. La bruja los llevó por un camino lleno de flores y árboles, y les enseñó los nombres de cada planta y animal que veían. Los niños estaban encantados con Piruja y su conocimiento del bosque.

Cuando llegaron al borde del bosque, Piruja les indicó el camino de regreso a su pueblo. Los niños se despidieron de la bruja y le agradecieron por su ayuda. Piruja se alejó sonriendo, feliz de haber podido ayudar a los niños.

Desde ese día, los niños del pueblo visitaban a Piruja en su casa en el bosque. La bruja les enseñaba a hacer pociones mágicas y les contaba historias de otros mundos. Piruja se convirtió en la amiga de los niños y en la protectora del bosque.

Y así, Piruja demostró que no todas las brujas son malvadas. Que algunas, como ella, pueden ser amables y ayudar a los demás. Y que, a veces, las cosas que parecen extrañas y misteriosas pueden resultar ser las más bellas y maravillosas de todas.