Una vez vivía un delfín llamado Paulo en un pequeño lago cerca de la costa. Era un delfín muy feliz y activo, y pasaba todo su tiempo jugando con sus amigos y saltando fuera del agua.
Cada vez que Paulo salía del agua, se sentía como si estuviera volando, como si estuviera libre de todos los problemas del mundo.
Un día, mientras Paulo nadaba alegremente con sus amigos, una anciana se acercó a la orilla del lago y empezó a observar con atención a los delfines. La anciana vio enseguida la alegría que irradiaba Paulo y se quedó maravillada.
La anciana se acercó más y se sentó en la orilla. Desde allí, cantó una canción que contaba una historia acerca de un delfín que se sentía libre y feliz.
En cuanto Paulo escuchó la canción, se enamoró de ella. La escuchaba una y otra vez, y de vez en cuando salía del agua para acercarse a la anciana y escucharla cantar.
Poco después, la anciana se fue, pero Paulo no se olvidó de ella. Cada vez que oía la canción que ella le había cantado, se sentía feliz y emocionado.
Un día, Paulo decidió que quería encontrar a aquella anciana para contarle lo que sentía. Así que decidió viajar a través del mar para encontrarla.
Durante su viaje, Paulo se encontró con muchos animales marinos, como ballenas, peces, tiburones y muchos otros. En su viaje también conoció a otros delfines y se hizo amigos de ellos.
Finalmente, después de un largo viaje, Paulo llegó a su destino. Allí encontró a la anciana que le había cantado la canción. Se acercó a ella y le contó cómo la canción le había hecho sentir libre y feliz.
La anciana le sonrió y le dijo que él también estaba libre y feliz, porque tenía la capacidad de escuchar su canción y entenderla.
Desde entonces, Paulo siempre se acuerda de la anciana cada vez que escucha la canción que ella le cantó. Y, sobre todo, siempre recuerda lo que ella le dijo: que él estaba libre y feliz.